Tuesday, August 30, 2005

Mercedes luminosa

Por Eliseo Alberto
La crónica
30 de agosto del 2005

I CANÍBALES CON CORBATAS
Yo escribo este texto, pasada ya la medianoche, para decirle a Dulce María González que hoy la quiero más que ayer porque antes la quería por lo que me dejaba saber de ella y, ahora, la quiero por lo mucho que mi amiga se transparenta en una mujer sin miedo, otra mujer sin miedo, ésta llamada Mercedes, un personaje sencillamente inolvidable que es ella misma, claro, o casi la misma, digo, al menos muy parecidas ambas, sobre todo por esa manera tan suyas de desear la independencia con fervor carnal, aún cuando semejante liberación de ataduras o de prejuicios traiga aparejada, por premio o por castigo, una camisa de fuerza que llamamos soledad. Bien sé que ella, tan segura y a la par tan débil, rechaza por igual las alabanzas y los piropos. Es altanera, quiero decir, es regiomontana. Y además gimnasta.

También sucede que los hombres, la mayoría de los hombres, le tenemos pánico a la ternura, y las mujeres, la mayoría de las mujeres, han aprendido a desconfiar de toda hombría suave y sospechosa, no sin razón, ni modo: a veces lo hacemos tan mal, reconozcámoslo, que dejamos al descubierto nuestras maliciosas intenciones, pues vamos del espíritu a la carne con voracidad o hambruna, como caníbales con corbata y calcetines. Los hombres nos negamos a que chille por nosotros esa aurícula derecha del corazón donde guardamos, como en un clóset, nuestro ropaje femenino, las frases lacias, delicadas, que jamás nos atrevemos a decir ni en privado, las caricias livianas, los besos dulces, los temblores, los deseos negados y los sueños prohibidos. Todos, o casi todos los hombres, llevamos en la mente un taparrabos invisible. Por eso, supongo, nunca le dije a Dulce cuánto la admiraba. ¡Es tan fácil decir te quiero!

II OJO: PINTA
Si yo fuera el editor de Mercedes Luminosa, la primera y sorprendente novela de Dulce, en un cintillo de papel advertiría a sus posibles lectores-hombres que tienen en la mano diecinueve capítulos de sensatez, ciento veintiséis páginas de fuego escritas con claridad propia del viento, que anima la llama, o del agua que con amor la apaga. “Ojo, machos: este libro pinta”. ¿Qué pinta? Nos pinta, nos retrata de pies a cabezas para que, al menos, sintamos en carne viva la vergüenza de ser tan torpes. Esta pequeña novela es grande. Sólo Dulce pudo prestarle su voz a Mercedes: la primera persona del relato es convincente, casi audible. La independencia del personaje se expresa en la independencia de la prosa. Aunque se me acuse de descubrir el agua tibia, no está de más recordar que un escritor sólo cuenta con la palabra, un montón de palabras que uno debe escoger, como quien limpia una tonelada de arroz sobre la mesa de la creación.

En términos de honor, dar la palabra equivale a comprometerse con algo o ante alguien, y eso hace Dulce desde el arranque mismo de la novela: pronto sabemos que estamos leyendo una confesión. La sencillez y sinceridad de las revelaciones, aun de las más profundas, nos convierte a sus lectores en cómplices, tal vez en aliados, por lo pronto en testigos comprometidos: así seguimos el rastro de Mercedes, la espiamos. Ahí viene Manuel, ahí viene Remedios, ahí se lanza Mariela. Dulce es quien escribe en una mesa apartada. Un buen consejo sería leer este libro en algún café de sombras amables, el mismo café que frecuenta el personaje, su privadísimo refugio. Ella sabe que estamos ahí, apenas unas líneas, unos metros, unas sillas detrás de su encorvada figura —e incluso habla con voz fuerte para que podamos escucharla.

III EL VERDUGO DEL MERCADO
El verdugo del mercado editorial prefiere novelistas superficiales que venden libros como churros, con la única ilusión de cargar sus bolsillos, novelistas exitosos que sean capaces de escriturar de una sentada 400 páginas de espadachines corajudos, 500 cuartillas de mentiras medievales (guapetones los primeros y bien documentadas, las segundas), 600 folios sobre reinas narcotraficantes al sur de la frontera. Poco importa que, leído el libro, al cerrarlo, olvidemos en el acto de qué trataba porque toda literatura fácil deja un vacío en el ronco pecho, por no mencionar el molesto sentimiento de frustración al darnos cuenta de que perdimos tiempo, retina y dinero en tan poca cosa. Una guía de teléfono guarda más interés que esos mamotretos de consumo. Detrás de cada número telefónico nos espera un ser humano, no un mamarracho. La memoria es selectiva: también el olvido. No hay novela grande sin confesión; sin desgarramiento, sin inteligencia, sin hallazgos, ¿de qué literatura hablamos? Por eso, a la luminosa Mercedes sólo pudo haberla descubierto la desgarrada e inteligente Dulce María González. El loco de Ernest Hemingway elaboró la ocurrente teoría del Iceberg: esa literatura que esconde a los ojos del lector cinco sextas partes del conjunto y sólo expone sobre el filo del agua el fragmento que de alguna manera lo representa. El consejo no está mal, por supuesto, pero resulta insuficiente. A ver, ¿qué sexta parte dejamos a la intemperie? He ahí el rollo, el verdadero dilema. ¿Cuál de los seis o siete pedazos de hielo? Para colmo, los Iceberg suele voltearse de repente, cuando el calentamiento planetario lo quema desde el fondo y, en un abrir y cerrar de ojos, la mole se invierte en rugiente pirueta.

Dulce tuvo en cuenta esos caprichos de la creación y, en su novela, se reserva bajo la manga los sucesos de un pasado triste e incomprensible (la extraña muerte de su madre), sin ceder a la tentación de revelárnoslo en detalle, siendo como es ese pasado más intrigante aún que el presente a la que la propia Mercedes nos convoca. ¿Por qué lo hace? Porque, pienso, esos contrapunteos del tiempo conforman el espacio real y palpable, emotivo y misterioso, en el que el personaje debe encontrar la respuesta que animará su existencia, justo al terminar de contarnos la historia. La hechura de la prosa, su ordenamiento y precisión, es el secreto de oficio mejor guardado por la autora. Tengo la impresión de que Dulce ha pulido su técnica de combate en las crónicas que cada semana nos regala en un periódico de Monterrey: el ejercicio sistemático de la palabra ha aceitado el motorcito de los verbos y los gerundios, el relumbre de una adjetivación en perfecto acople con el sustantivo elegido, la caja de velocidades de las oraciones que de pronto se aceleran o retardan, para darle a la marcha de la lectura una oscilación seductora, como el dedo índice cuando se alarga o recoge en clara señal de “ven, acércate, sígueme”.

IV ¿UN DOMINGO HERMOSO?
Muchas veces me he cuestionado sobre la utilidad y permanencia de la literatura, en un mundo que comienza a devorar los primeros años del siglo XXI, un mundo ahora sí tecnológicamente ancho y ajeno condenado a las soledades de la soledad, a los miedos del miedo, a cada dolor del dolor, y novelas como Mercedes Luminosa, escritoras como Dulce María González, me devuelven el alma al cuerpo porque me recuerdan y confirman algo que hace tiempo me enseñó mi padre con palabras mucho más sabias que las mías, pero que dichas a mi manera, pues no me atrevo a citarlo de memoria, nos enseña que mientras la palabra paella tenga para cada uno de nosotros un sabor distinto, según prefieras tú las gambas, él, el langostino, otro comensal la concha o yo el ensopado arroz que sabe a playa; mientras el verbo amar siga siendo tan singularmente impreciso aunque a cada uno nos duela por igual el abismo del desamor; mientras la frase “un domingo hermoso” pueda sugerirme a mí una mañana de sol en una isla y, a ti, un día de lluvia en el seco Monterrey; mientras un solitario-solitario, un desconocido-desconocido busque compañía en un libro-libro, no estamos perdidos, aún tenemos salvación.

Aquí el texto.

Thursday, August 25, 2005

Una luminosa merced

Por Ricardo Yáñez

Tengo para mí que en cierto modo el personaje principal, el digamos grial, de Mercedes luminosa es el diario de Marcela, de cuyo contenido no nos enteraremos. La muy certera elusión de ese objeto oscuro de deseo –ah enterarse, saber, ir a fondo– por parte de la autora, Dulce María González, es lo que mantiene la tensión, el suspenso, en una narración que ironiza lo mismo sobre la superficialidad de los que tienen los pies en la tierra como de los que, ávidos de trascendencia, de ella los despegan, mas no para volar, o no mucho, sino para desentenderse de compromisos que no hicieron, lo que está bien, o no quieren hacer, lo que de no estar mal estaría por lo menos ni mal ni bien sino todo lo contrario.
¿Saber?, para qué. Tal, yo diría, el lema de la novela. Lo importante, esto en ella misma se explicita, es estar, estar estando, estar estando allá, allá donde no es aquí y sin embargo es aquí.Estar estando allá donde no es aquí y sin embargo es aquí es el secreto de la novela, no de esta novela, de la novela –o de la literatura. Secreto que en Mercedes luminosa se divulga más que se devela, lo cual encuentro natural en una novelista que es asimismo muy buena tallerista. Quiero decir que aparte de recurso de la imaginaciòn es un recurso didáctico.Se divulga, pero se mantiene en secreto. Más se transmite que se enseña o: aunque se enseña secretamente dice que lo que dice abiertamente lo mantiene en secreto.
¿Qué pasó?, nos preguntamos al terminar la novela. Pasó que se nos dijeron algunas de las cosas que pasaron, mas no lo que en verdad pasó. ¿Pasó que lo que pasó, como en la vida, en cierto modo se nos escamotea? Lo que pasa, podría bromear, imagino, la autora, es que debajo de lo que pasa pasa tanto…, que bajo la sólida tierra que pisamos hay mantos freáticos.
Todos los personajes lo intuyen. Ninguno (excepto en modo aparentemente sufridor Marcela, que para los tiempos en que se cuenta el cuento ya está muerta, y en modo aparentemente lúdico hacia al final Mercedes) parece hacer contacto con esa (ni modo, así se nombra, profunda) realidad.
Conciencia y asunción, pero también desapego, de los mantos freáticos, es para mí la lección de esta novela que haciendo como que está aquí, está allá, donde estando estando estamos donde nos deja, en un aquicullá que, oxímoron u ouróboros, muérdese la cola… poniéndonos en órbita. Desde allí, desde aquí, yo escuché los siguientes

Sonetos a la Luminosa
para Dulce
Manuel

Ah qué Mercedes, ve nomás qué vida,
entre que filosófica y perdida
en el mundo que siendo cotidiano
más bien extraño es, cierto, inhumano.

¿Inhumano lo humano?, me preguntas,
y no sé contestar, me descoyuntas
con esa ingenuidad tan arriesgada
el discurso, y sonrío a tu mirada

un algo oscurecida, aunque tranquila,
y siento aquel ayer que se deshila,
deshilvanadamente, sin propósito.

Sin discurrir qué soy sino el expósito
allegado a tu puerta, este Manuel
que por más que no quiera ya no es él.


Mercedes habla de Raúl

Dichoso bajo el sol de lo ordinario
está Raúl, no siempre, algunas veces.
Raúl no es celestial, es planetario
y en general resiste los reveses.

Me entiende aunque no entiende mi sistema,
mi modo de vivir, y a veces masca
diré que muy de más algún problema
donde tengo que ver, y ahí se atasca.

Es bueno este Raúl, así se enoje
sordamente y que, mudo, no lo diga.
Por eso el torozón en la barriga

cuando pienso me dice Meche, escoge:
la de antes, oscura, o luminosa
conmigo recorrer la vida en prosa.


Remedios habla con Mercedes

A tu madre le debo mi fracaso,
por ella descuidé hasta a la familia;
estando aquí Marcela, poco caso
le hacía, y por ello ahora me exilia.

Es en claro reproche de su paso
por esta casa, y mira, quién me auxilia.
Muerta está desde cuándo. Y aunque el lazo
no se rompe y más bien me reconcilia

con este sufrimiento, quedo sola,
siendo que nunca sola la dejaba:
si lloraba, lloraba yo con ella,

si tomaba, vacía la botella
entre las dos dejábamos, chintola,
y tú te ríes de mí, lo que faltaba.


Marcela

Este es mi diario y esta soy, vacía
y llena de palabras. Es mi voz
la que oyes y no, que tengo dos
al menos (tengo más, pero querría

quedarme en dos nomás: la que me oía
Manuel y la que iba siempre en pos
de mi niña, Mercedes, cual por los
meandros de un laberinto, la que envía

señales desde aquí, señales nulas
y a la vez eficientes, porque al cabo
sin decirme me dije). No fabulas

lector, me estás oyendo, no me acabo
de decir, ¿y qué digo?, digo nada;
soy y no soy: oscura, iluminada.

Wednesday, August 24, 2005

Con la cabeza a punto de explotar

Por Laia Jufresa

La luz se recicla -como el miedo-
en el texto que resguarda
límites motivos preferencias
Teresa Avedoy


A Mercedes Ibargoyen, narradora y protagonista de esta historia, le da por llamarse a sí misma “la iluminada”; lo cual, sin duda, sería suficiente para hacer de ella un personaje difícil de soportar si no fuera por su enorme capacidad para reírse de ella misma, ironizar, ponerse en duda.
La novela Mercedes Luminosa, de Dulce María González, no puede leerse desde la distancia: al abrirla uno entra en Mercedes, en sus recuerdos, sus llagas y sus bordes. Henos inmersos, desde la primera frase, en una cabeza a punto de explotar. Mercedes se queja así del mal que veladamente la acompañará por el resto de sus páginas: la pesadumbre de una cabeza hinchada por exceso de cuestionamientos cuando no de alcohol. El lector, mero testigo de los avatares de la narración, escucha a Mercedes quien, más que escribir, habla. Tal es el tono obligatorio para esta primera persona: muletillas, expresiones coloquiales, guiños, chistes casi privados. Constantemente, por ejemplo, dice Mercedes: a la realidad le salieron espinas, palomas, laberintos o bien: le brotan a la vida telarañas, víboras, monstruos y hombres lobo. Esta retórica es la encargada de mostrarnos a Mercedes como personaje. Para conocerla basta imaginarla en algún pasillo anónimo de supermercado, respirando el alivio del aire acondicionado y de la certeza efímera, finalmente dispuesta a “hacerse cargo” y diciéndose a sí misma: a la vida le salieron toboganes, subeybajas, carreras en el patio y carcajadas.
Ahí está Mercedes y su manera de asir mundo, no necesitamos más descripciones. Este acierto narrativo bebe de una fuente que apasiona a la narradora y, supongo, también a la autora. Hablo del internet, el chat, las pláticas visuales donde uno es sólo palabras; donde se interrumpe sin ofender y se perdona fácilmente esa vieja costumbre suya de cambiar de idea a mitad del recorrido. Mercedes es así: pura mueca verbal, una mujer cuya sangre hierve con H y cuyo dolor se deletrea. Una narradora atenta que, al escribir, suda sus lecturas y todos los datos almacenados.
Mercedes recuerda un episodio de Plaza Sésamo con igual frescura que uno de Kubrick. Lo mismo puede traernos a cuento a Lowry que al I-Ching o algún comic. Se compara ahora con un personaje de Shakespeare, ahora con una botella de Coca-Cola. Su historia está plagada de referentes culturales cuya fuerza estriba en la diversidad.
Además del continuo reverberar del mundo que la rodea, el cráneo de Mercedes está habitado por fantasmas. Incluso los vivos con los que se relaciona aparecen translúcidos y ocasionales, un mero trasfondo para lo que ella llama sus “monitoreos”, que son recurrentes, casi excesivos. De hecho, me atrevería a decir que el libro entero es un monitoreo de Mercedes: más auto-evaluación que anécdota.
Un buen día Mercedes se entera, vía una llamada telefónica, que alguien ha encontrado el diario de su madre muerta. Pero el diario es apenas una excusa, un catalizador para contarse su propia historia. Cito: …ahora repaso la historia como si de una vida ajena se tratara, una vida otra o relacionada con un personaje otro a quien sucedieran eventos que jamás me suceden ni deseo que me sucedan y sin embargo hay cierta comprensión, cierta empatía que me hermana al personaje por el simple hecho de habitar el mismo planeta, la misma nave.
Mercedes se describe como intrusa de la nave, como pasajera incómoda. Y, sin embargo, late entrelíneas la practicidad obligada con la que se mueve en una sociedad que la agobia y una urbe que la asfixia. La ciudad es el escenario fijo que contrasta con el febril movimiento de sus pensamientos y sus pasos. Ese Monterrey que al medio día aleja a los cobardes y cobija a los que, desesperados, salen a derretirse en sus calles. Un Monterrey en retazos, del que vemos sólo ciertas esquinas, ciertos estandartes: la torre desde la que se aventó su madre, el bar donde conoció a su marido, la casa donde se encontró el diario, el barrio en el que vive su amante. En otras palabras, el Monterrey que Mercedes lleva dentro, en la memoria.
El truco que sostiene en pie a este libro, hay que decirlo, es sencillo pero audaz. Todo sucedió hace dos años. La historia es un flash-back hilado como se trenzan los recuerdos: en ciertos pasajes es agudamente preciso, en otros es vago y repetitivo. El recuerdo no se extrapola, nunca sabemos bien a bien quién es Mercedes hoy, dos años después, pero no importa. Importa que entonces vino a descolocarla el asunto del diario, y a torcerle los días y a hacerla abandonar por un momento su tan añorada tranquilidad. Cito: Bastante trabajo me había costado esta paz, esta habitación interna queriendo ser vida simple, vida luminosa…
González hace de los mecanismos memoriosos su aliado y su recurso principal. Dentro del recuerdo base de “hace dos años”, se entremezclan otros más antiguos, desde la infancia hasta la adolescencia de Mercedes, aquella época donde le daba por llamarse a sí misma “Mercedes la oscura”.
Pero Mercedes ES luminosa. No por haber dejado atrás épocas negras, sino porque confía en el logos, se clarifica, buscándose a sí misma desde las respuestas y verdades de lo cotidiano, y se compromete con su búsqueda.

Monday, August 22, 2005

Mercedes luminosa

Por Elda García

Presentó Dulce María González su novela Mercedes luminosa, obra que obtuvo el Premio Nuevo León de Literatura 2002. La presentación fue llevada a cabo en la sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes.

La presentación de Mercedes Luminosa se llevó acabo en el marco del ciclo Letras de Nuevo León en el centro, organizado por el Instituto Nacional de Bellas Artes. Como presentadores acudieron Ricardo Yánez, Laia Jufresa y Eliseo Alberto a la sala Adamo Boari de El Palacio de Bellas Artes.

Dulce María González (Monterrey, 1958) es licenciada en Letras Españolas por la Universidad Autónoma de Nuevo León, sin embargo, también ha ejercido el periodismo. Es autora de Gestus (1991), Detrás de la máscara (1993), Donde habiten los dioses (1994), Crepúsculos de la ciudad (1996) y Elogio del Triángulo (1998).

En la actualidad, la escritora es maestra de literatura y apreciación de las artes, además de ser coordinadora del Centro de Escritores de Nuevo León. Su obra Mercedes Luminosa fue galardonada con el premio de literatura de ese estado en 2002.

En entrevista, Dulce María González calificó su obra como “intimista y reflexiva”, además explicó que su novela “se intenta ahondar en lo humano contemporáneo a partir de escenas cotidianas”.

La presentación de Mercedes Luminosa se llevó acabo en el marco del ciclo Letras de Nuevo León en el centro, organizado por el Instituto Nacional de Bellas Artes. Como presentadores acudieron Ricardo Yánez, Laia Jufresa y Eliseo Alberto a la sala Adamo Boari de El Palacio de Bellas Artes.

La autora relata en su novela de 19 capítulos y 126 páginas, la historia de Mercedes en un lenguaje coloquial, además, conduce la narración a través de una voz en primera persona.

Con la cabeza a punto de explotar

“A Mercedes, narradora y protagonista de esta historia, le da por llamarse a sí misma la iluminada, lo cual, sería suficiente para hacer de ella un personaje difícil de soportar si no fuera por su enorme capacidad para reírse de ella misma”, indicó Laia Jufresa acerca del personaje principal de la obra de Dulce María González.

Jufresa, quien actualmente estudia Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México, señaló que el lector que tiene en sus manos la narración “escucha a Mercedes, que más que escribir, habla”. “Mercedes es una mujer cuya sangre hierve con H y cuyo dolor se deletrea... se compara ahora con un personaje de Shakespeare, ahora con una botella de Coca Cola”.

Leia Jufresa mencionó que la obra de Dulce María González “es el retrato fiel de una cabeza inquieta, donde se recicla lo mismo la luz que el miedo”. Concluyó de esta manera el texto que escribió para la presentación con el título “Con la cabeza a punto de explotar”.

Sonetos a la Luminosa

Por su parte, el poeta jalisciense Ricardo Yánez remarcó que la novela de Dulce María González, es “una narración que ironiza lo mismo sobre la superficialidad de los que tienen los pies en la tierra como de los que, ávidos de trascendencia, de ella los despegan, mas no para volar, o no mucho, sino para desentenderse de compromisos que no hicieron”.

Yánez dijo “estar estando allá donde nos es aquí y sin embargo, el aquí es el secreto de la novela, no de ésta novela, sino de la novela o de la literatura. Secreto que en Mercedes luminosa se divulgan más que se develan, lo cual encuentro natural en una novelista, que es asimismo muy buena tallerista”.

Ricardo Yánez leyó cuatro sonetos que escribió a los personajes de la novela Mercedes luminosa, los cuales agradaron profundamente a Dulce María González, quien es amiga cercana del poeta.

“Sólo Mercedes sufre una transformación radical durante el período de tiempo atendido. Los demás personajes cambian de circunstancia, no de vida” remarcó Yánez.

Dulce María luminosa

“Un personaje exclusivamente inolvidable, que es ella misma o casi la misma. Son parecidas ambas, sobre todo por esa manera tan suya de desear al independencia con fervor carnal”, destacó Eliseo Alberto, escritor cubano quien ha sido premio Internacional Alfaguara, al comparar a la protagonista de la novela con las cualidades de la autora.

Eliseo Alberto señaló que el volumen contiene “19 capítulos de sensatez y 126 páginas escritas con claridad propia del viento... este libro pinta”,

“Esta pequeña novela es grande, sólo Dulce puede prestarle la luz a Mercedes... El escritor solo cuenta con la palabra, un montón de palabras que uno debe escoger, como quien limpia una tonelada de arroz” expresó el escritor cubano.

Al hablar sobre la narrativa de la autora de Mercedes luminosa, el también guionista dijo: “Me gusta la manera con que Dulce nos echa las redes, eso se llama seguridad, eso se llama maestría, eso se llama escribir”

Mercedes luminosa, primer capítulo

Al terminar la participación de los presentadores, Dulce María González deleitó al público leyendo el primer capítulo de Mercedes Luminosa, sólo con la intención de “sembrar la curiosidad” e invitar a los presentes a leer el libro manifestó la escritora regiomontana.

Primer Capítulo, Mercedes luminosa (fragmento)

“Desperté con la cabeza a punto de explotar. ¿Dónde estoy?, ¿quién soy? Me preguntaba a mi misma en un intento de aclarar el escenario que amenazaba con echar abajo el edificio de mi vida. El mismo que tantos años me había llevado construir. Piedra sobre piedra, intentando vivir con sensatez, tratando de alcanzar el centro emocional...”
Aquí la nota

Sunday, August 21, 2005

Sección Vida de El Norte

ELOGIAN SU CLARIDAD LITERARIA
Por El Norte
(21 Agosto 2005).-
EL NORTE/ Redacción

MÉXICO.- Sensatez y claridad son las dos principales características que el escritor Eliseo Alberto encontró en la obra narrativa "Mercedes Luminosa", primera novela de la regiomontana Dulce María González.

Este texto, que por referirse a las formas locales de construcción de relaciones y afectos en el norte de México mereció el Premio Nuevo León de Literatura 2000, fue presentado el jueves por la noche en la Sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes.

Los presentadores fueron, además de Alberto, el poeta Ricardo Yáñez y la ensayista Laia Jufresa.

Alberto consideró que en estos 19 capítulos y 126 páginas halló una claridad propia del viento, que aviva la llama.

El autor de "Caracol Beach", así como del guión de la película "Guantanamera", dirigida por Tomás Gutiérrez Alea, insistió en que el personaje principal de este libro es como la autora: "sencillamente inolvidable y luminoso", sobre todo por la manera en que ambas desean y aspiran la independencia.

Durante su intervención en esta emotiva ceremonia, el poeta Ricardo Yáñez aseguró que la historia del personaje principal de la novela es en realidad un diario de cuyo contenido nunca se enterará el lector, razón por la cual la trama lo mantiene constantemente en un estado de tensión y suspenso.

Se trata, explicó el jalisciense, de una narración que ironiza lo mismo sobre la superficialidad de los que tienen los pies sobre la tierra como de los que, ávidos de trascendencia, despegan, mas no para volar, sino para desentenderse de compromisos que no hicieron en determinados momentos.

"El lema de 'Mercedes Luminosa' es estar estando, estar estando allá, allá donde no es aquí y, sin embargo, es aquí", dijo Yáñez, quien aclaró que González, autora de los libros de relatos "Detrás de la Máscara" y "Donde Habitan los Dioses", emplea tanto el recurso de la imaginación como el recurso didáctico.

La protagonista, quien se encuentra en una sociedad que la agobia y asfixia, vive rodeada de fantasmas que descubre a través del diario de su madre muerta, explicó la ensayista Laia Jufresa.

Armada como un flash-back, la historia es resultado de cómo se trenzan los recuerdos.
"Pareciera que es un discurso-diván, porque es el retrato fiel de una cabeza inquieta donde se recicla la luz y el miedo", aseguró.
Aquí la nota