Wednesday, June 08, 2005

Mercedes luminosa

Por Julio Salinas Lombard
En: Coleccionista de huecos
8 de junio del 2005

Leí de un jalón la novela de Dulce María González, "Mercedes Luminosa". El inicio es fulminante: “Desperté con la cabeza a punto de explotar. ¿Dónde estoy?, ¿quién soy?...”. Me agradó muchísimo. Al margen de la historia, que me mantuvo en vilo desde un inicio, que consiguió hacerme caer en trampas, sorprenderme y, por mucho, gustarme, quiero destacar algunos de los momentos que me parecieron enormes.

La presencia de la personaje-narradora me atrajo y jamás me distrajo. Dice, por ejemplo: “El otro extremo de la mesa por seguir de alguna manera este relato, ese extremo lo utilizaba de vez en cuando para...”. En el “por seguir de alguna manera este relato” deja establecido un dejo de desgano, una actitud extraviada, acorde con el estado anímico de la personaje-narradora en ese momento de la historia, pero además dice mucho de la elasticidad con que la autora juega con Mercedes, dejándola ser sin dejar de ser.

El sentido del humor, a veces negro (en su faceta “oscura”) y a veces inocente (subrayando la sinceridad desnuda y vulnerable de la personaje), se hace patente en el monólogo y aun en los diálogos. Hablando de Monterrey, que más que un lugar aparece como un personaje, dice: “Me interné en las calles angostas y empredradas del Barrio Antiguo, que más parece un pueblito al su de México, en Oaxaca quizá. Toda ciudad tiene derecho a su propia Disneylandia”.

He aquí una reflexión, si no típica, muy propia de un cibernauta (un bloguero cualquiera, acaso): “Quizá somos más nosotros mismos frente a la pantalla puesto que no somos nada sino aquello que decimos, aquellas palabras con las cuales nos construimos y que además pueden ser dichas con honestidad”. Solitaria, oscila entre la serenidad de la contemplación y el deseo por comunicarse con otro, que es otra forma de comunicarse con ella misma, con esa parte de ella misma que se rehúsa a lo evidente.

Ésta es una muestra del rescate de lo elemental como argumento existencial: “No, definitivamente a mí no me caía el veinte de sentirme productiva, de ganarme la vida cuando la tenía requeteganada puesto que respiraba sin mayor dificultad”. Negada a la adopción de etiquetas, pero al mismo tiempo deseosa de encontrar una para ella y nadie más, va deshojándose por dentro en paralelo a las incidencias que detonan su extravío, jugando a estar estando, no dejándose tentar por el deseo de demostrar nada, sólo estando, resolviendo las heridas conforme van saliendo, escudriñándolas cuidadosa e imaginativamente, recurriendo a los asuntos cotidianos para nombrar las cosas extra-cotidianas, los grandes conflictos que no siempre conviene resucitar.

Reflexiones muy del tipo de Pedro Paleolítico, muy patafísicas: “O quizá sucede que pensamos de otra manera, o que la carne posee su propia manera de pensar y se hace presente en un estar que es el estar más allá por excelencia o, mejor dicho, un no estar estando; porque a medida que el cuerpo toma presencia nosotros nos vamos a otra parte, y sin embargo estamos en el cuerpo. En fin, cómo decir, qué enredo”.

Ese final del párrafo, “cómo decirlo, qué enredo”, casi lo escucho. Es una voz franca, muy emocional, con la cual es imposible desentenderse.

Es un libro que yo recomiendo ampliamente. Sí.
Aquí el texto