Thursday, August 25, 2005

Una luminosa merced

Por Ricardo Yáñez

Tengo para mí que en cierto modo el personaje principal, el digamos grial, de Mercedes luminosa es el diario de Marcela, de cuyo contenido no nos enteraremos. La muy certera elusión de ese objeto oscuro de deseo –ah enterarse, saber, ir a fondo– por parte de la autora, Dulce María González, es lo que mantiene la tensión, el suspenso, en una narración que ironiza lo mismo sobre la superficialidad de los que tienen los pies en la tierra como de los que, ávidos de trascendencia, de ella los despegan, mas no para volar, o no mucho, sino para desentenderse de compromisos que no hicieron, lo que está bien, o no quieren hacer, lo que de no estar mal estaría por lo menos ni mal ni bien sino todo lo contrario.
¿Saber?, para qué. Tal, yo diría, el lema de la novela. Lo importante, esto en ella misma se explicita, es estar, estar estando, estar estando allá, allá donde no es aquí y sin embargo es aquí.Estar estando allá donde no es aquí y sin embargo es aquí es el secreto de la novela, no de esta novela, de la novela –o de la literatura. Secreto que en Mercedes luminosa se divulga más que se devela, lo cual encuentro natural en una novelista que es asimismo muy buena tallerista. Quiero decir que aparte de recurso de la imaginaciòn es un recurso didáctico.Se divulga, pero se mantiene en secreto. Más se transmite que se enseña o: aunque se enseña secretamente dice que lo que dice abiertamente lo mantiene en secreto.
¿Qué pasó?, nos preguntamos al terminar la novela. Pasó que se nos dijeron algunas de las cosas que pasaron, mas no lo que en verdad pasó. ¿Pasó que lo que pasó, como en la vida, en cierto modo se nos escamotea? Lo que pasa, podría bromear, imagino, la autora, es que debajo de lo que pasa pasa tanto…, que bajo la sólida tierra que pisamos hay mantos freáticos.
Todos los personajes lo intuyen. Ninguno (excepto en modo aparentemente sufridor Marcela, que para los tiempos en que se cuenta el cuento ya está muerta, y en modo aparentemente lúdico hacia al final Mercedes) parece hacer contacto con esa (ni modo, así se nombra, profunda) realidad.
Conciencia y asunción, pero también desapego, de los mantos freáticos, es para mí la lección de esta novela que haciendo como que está aquí, está allá, donde estando estando estamos donde nos deja, en un aquicullá que, oxímoron u ouróboros, muérdese la cola… poniéndonos en órbita. Desde allí, desde aquí, yo escuché los siguientes

Sonetos a la Luminosa
para Dulce
Manuel

Ah qué Mercedes, ve nomás qué vida,
entre que filosófica y perdida
en el mundo que siendo cotidiano
más bien extraño es, cierto, inhumano.

¿Inhumano lo humano?, me preguntas,
y no sé contestar, me descoyuntas
con esa ingenuidad tan arriesgada
el discurso, y sonrío a tu mirada

un algo oscurecida, aunque tranquila,
y siento aquel ayer que se deshila,
deshilvanadamente, sin propósito.

Sin discurrir qué soy sino el expósito
allegado a tu puerta, este Manuel
que por más que no quiera ya no es él.


Mercedes habla de Raúl

Dichoso bajo el sol de lo ordinario
está Raúl, no siempre, algunas veces.
Raúl no es celestial, es planetario
y en general resiste los reveses.

Me entiende aunque no entiende mi sistema,
mi modo de vivir, y a veces masca
diré que muy de más algún problema
donde tengo que ver, y ahí se atasca.

Es bueno este Raúl, así se enoje
sordamente y que, mudo, no lo diga.
Por eso el torozón en la barriga

cuando pienso me dice Meche, escoge:
la de antes, oscura, o luminosa
conmigo recorrer la vida en prosa.


Remedios habla con Mercedes

A tu madre le debo mi fracaso,
por ella descuidé hasta a la familia;
estando aquí Marcela, poco caso
le hacía, y por ello ahora me exilia.

Es en claro reproche de su paso
por esta casa, y mira, quién me auxilia.
Muerta está desde cuándo. Y aunque el lazo
no se rompe y más bien me reconcilia

con este sufrimiento, quedo sola,
siendo que nunca sola la dejaba:
si lloraba, lloraba yo con ella,

si tomaba, vacía la botella
entre las dos dejábamos, chintola,
y tú te ríes de mí, lo que faltaba.


Marcela

Este es mi diario y esta soy, vacía
y llena de palabras. Es mi voz
la que oyes y no, que tengo dos
al menos (tengo más, pero querría

quedarme en dos nomás: la que me oía
Manuel y la que iba siempre en pos
de mi niña, Mercedes, cual por los
meandros de un laberinto, la que envía

señales desde aquí, señales nulas
y a la vez eficientes, porque al cabo
sin decirme me dije). No fabulas

lector, me estás oyendo, no me acabo
de decir, ¿y qué digo?, digo nada;
soy y no soy: oscura, iluminada.